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SOLEDAD QUEREILHAC EN LA FILAB 2025

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La doctora en Letras Soledad Quereilhac llevó a la FILAB su investigación sobre cómo la fascinación por los descubrimientos científicos de fines del siglo XIX y principios del XX inspiró artículos, ilustraciones y relatos literarios de la época. Su libro Cuando la ciencia despertaba fantasías volverá a reeditarse en 2026.


Por: Ivana Casas | Fotografía: Jose Cabrera


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Ante un auditorio Lapeyriére repleto, Quereilhac confesó sentirse algo “avergonzada”, pero también feliz de visitar la Casa Borges, por “la magia de estar en lugares en los que habitó gente que una admira tanto”.


Contó que su investigación comenzó cuando notó que “algo no cerraba” en la literatura escrita entre 1880 y 1920. Descubrió entonces que el célebre cuento El almohadón de plumas, de Horacio Quiroga —publicado en 1907—, reproducía el argumento de una noticia periodística de noviembre de 1880.


A partir de allí, abrió un recorrido fascinante por relatos de ficción que alimentaban la fiebre cientificista de la época, en un tiempo en que “un microbio podía ser tapa de revista.”


Mencionó textos como Mi cuarta septicemia, memorias de un estreptococo (1906), narrado desde la voz de una bacteria, o Nelly, de Eduardo Holmberg, donde cinco jóvenes positivistas intentan “corroborar” la existencia de un fantasma. Fantasmas, rayos X, telequinesis y todo lo que pudiera vincularse a un “más allá” posible de ser estudiado científicamente convivían con naturalidad en los diarios y las revistas.


Pero la relación entre ciencia y ficción era de doble vía: los estudios científicos también intentaban probar fenómenos sobrenaturales o espirituales, incluso la existencia del llamado “hombre-mono”. Quereilhac recordó las teorías de Darwin y Wallace, y la obsesión compartida entre ciencia y literatura por hallar ese eslabón perdido.


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También mencionó el relato Verónica, de Rubén Darío, publicado en La Nación, donde un monje busca capturar con una fotografía el espíritu de Dios. Aquella época, dijo, estuvo atravesada por una fe ciega en la ciencia, que dejó su huella en todo tipo de discursos —desde las investigaciones más serias hasta las ilustraciones más jocosas—.


“La imaginación era, también, una forma de conocimiento.”

Con esa frase, Quereilhac cerró su exposición y resumió la esencia de su trabajo: un viaje por la buena literatura nacida al calor de los avances científicos, cuando el asombro y la curiosidad todavía podían convivir sin fronteras.



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