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IAN MOCHE EN LA FILAB 2025


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En una de las charlas más conmovedoras de la FILAB, Ian Moche —junto a su mamá, Marlene Spesso— nos invitó a mirar el mundo desde otra perspectiva. Con humor, ternura y una lucidez desarmante, habló sobre autismo, empatía y la urgencia de construir una sociedad más humana, capaz de abrazar las diferencias.


Por: Ivana Casas | Fotografía: Jose Cabrera


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El atardecer del segundo día de la FILAB nos encontró recibiendo, con aplausos silenciosos, a Ian Moche: el niño de 12 años autista que habla de autismo en radio, televisión y streaming, y que en los últimos tiempos pasó a la vidriera nacional tras quedar expuesto por un Gobierno que hizo del ataque a toda disidencia su sello de campaña.


 Junto a su mamá, Marlene Spesso, brindaron una clase magistral sobre la condición autista, que involucra a “1 de cada 31” personas y tiende a ir “en aumento”.


Quizás por eso, la Feria Internacional del Libro de Alte. Brown (FILAB) propuso este año una charla con ellos, bajo el título “Autismo: para concientizar y visibilizar esta neurodivergencia, para hacer una sociedad más amigable”.


 Una charla que nos invita a mutar hacia una sociedad más capaz de abrazar las distintas condiciones, de agudizar la mirada para admitir diferentes maneras de habitar el mundo; nos llama a ser cada vez más integradores y respetuosos de la humanidad.


Por indicación de los organizadores, se tomaron precauciones para reducir estímulos —evitar dejar muchos espacios libres, flashes o choques de palmas al aplaudir—, lo que predisponía, desde el inicio, a estar permeables al mensaje que traía, con inmensa claridad y ternura, un niño autista de 12 años.


Ian (“Ían”, como lo llama su mamá) ingresó a un auditorio repleto de aplausos silenciosos, saludando, tirando besos al público y agradeciendo “la empatía”.


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La introducción estuvo a cargo de su mamá, quien señaló la primera particularidad: el autismo es una “discapacidad invisible”.


 “Ian tuvo un neurodesarrollo esperable hasta los dos años y medio. En ese momento dejó de mirar a los ojos, dejó de responder a su nombre y comenzó a hablar, pero como lo hacían las publicidades de televisión”, contó.

Llegar al diagnóstico no fue sencillo: “Por lo único que el pediatra me derivó al neurólogo fue porque caminaba en puntas de pies”. Una vez con el especialista, “en menos de cinco minutos me dijo que mi hijo presentaba síntomas del espectro autista”.


 Marlene recordó que, si hubiese tenido entonces la información con la que cuenta hoy, le habría respondido que “síntomas” no era el término correcto, ya que no se trata de una enfermedad, sino de una condición para toda la vida. “Presenta rasgos, conductas, características… pero no se cura”.

“Salí espantada. Me estaba diciendo que mi hijo de dos años y medio leía mejor que yo, pero no me podía decir ‘mamá, me duele’”, relató.


 Describió la desolación y la incertidumbre que la invadieron: “Cuando nos dan el diagnóstico, se nos paraliza el alma, el corazón, todo”.


En ese momento, el entorno —lejos de acompañar— tendía a señalarla bajo el rótulo de “mala madre”. Marlene habló de la importancia de validar la emoción frente al diagnóstico, de reconocer que “duele”, y del abrazo que solo llegó de otra mamá de un adolescente con autismo.


Mientras ella hablaba, Ian caminaba libremente por el escenario y sumaba acotaciones graciosas, inteligentes, filosas. Explicó que tiene “un cerebro igual, pero que percibe el mundo de manera distinta” y recomendó seguir al Dr. Christian Plebst.


Junto con su madre, propusieron llamar “Atención Divergente” a lo que se conoce como Trastorno por Déficit de Atención (TDA), con o sin hiperactividad, ya que esta denominación implica decir que la persona es “trastornada y deficiente”.


 También explicaron los tres desafíos principales de las personas dentro del espectro: la comunicación, la socialización y la integración sensorial.


 Hablaron del hiperfoco —esa capacidad de concentrarse intensamente en algo— y de cómo muchas veces se malinterpreta: “Si se comporta como autista, dicen que es infumable; si no se nota, dicen que no tiene nada”.


Derribaron mitos: “Es falso que los autistas viven en su mundo; están en el mismo mundo que nosotros”, afirmó Ian. “El desafío es encontrar la manera de comunicarnos”.

 “Hablar sin hablar”, como dice la canción que Ian grabó con Topa, o como muestra la película Nuestro Reino, de Maximiliano Wurzel, en la que actúan Laura Novoa, Valentina Bassi y el propio Ian.

También compartieron algunos datos estadísticos: una de cada 31 personas se encuentra dentro del espectro autista y, según Ian, el 70% pertenece a la comunidad LGTB.


 Alertaron además sobre la corta expectativa de vida que los afecta, debido al alto riesgo de suicidios y al hecho de que “no sienten dolor”. “Una persona autista puede morir de una peritonitis”, subrayó Marlene.


Durante su disertación, destacó: “Tener un municipio que convoque a charlas como esta es para recontra aplaudir”.


 Y propuso reemplazar la palabra inclusión por integración, humanidad y empatía.

Hacia el final del encuentro, el secretario de Educación, Ciencia y Tecnología del Municipio de Alte. Brown, Sergio Pianciola, y el presidente del Honorable Concejo Deliberante local, Nicolás Jawtuschenko, entregaron una copia de la ordenanza que declara “de interés municipal” su participación en la FILAB, junto a un ejemplar del libro Brown, una historia compartida —para sumar uno más a la biblioteca de Ian, que aseguró ya tiene mil—.



Podés ver la charla completa en YouTube.



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